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Detectives: menos casos de cuernos

22.07.2013 00:57
 
Detectives: menos casos de cuernos
LOS ENTRESIJOS DE LA PROFESIÓN
Detectives: menos casos de cuernos

En España trabajan unos 2.000 investigadores privados, pero los casos más comunes ya no son de infidelidad conyugal, sino estafas y vigilancia de hijos adolescentes.

  • Es una profesión plagada de tópicos, mucho más árida de la idea que transmiten las películas. Los 2.000 detectives privados que trabajan en España ofrecen sus servicios por una media de entre 50 y 100 euros la hora de vigilancia, aunque la minuta última depende de la complejidad del caso. Se trata de una profesión muy regulada y que sólo cuenta con una entidad representativa: la Asociación Profesional de Detectives Privados de España (APDPE).

    Descubrimos los entresijos de la investigación privada de la mano de dos de sus protagonistas. La mejor forma de zambullirse en esta realidad, rompiendo sus tópicos que curiosamente, en ocasiones, parecen cumplirse.

    El despacho de detectives ADIP se encuentra al final de un pasillo, con una placa iluminada en su puerta. También eso parece evocar un thriller policiaco. Es el centro de operaciones de Jesús, el jefe, y su colaborador, Rodrigo. Más de tres décadas en la profesión avalan a estos personajes que parecen saber por viejos, y sorprende el dominio absoluto del lenguaje jurídico, disciplina de la que dependen en cierta medida. El ambiente es el mejor para conocer historias de todo tipo: casos de celos, desapariciones, espionaje industrial, estafas, contravigilancias, engaños a empresas aseguradoras... Dramas, en fin, resueltos con discreción.

    Una profesión aburrida

    La conversación, al principio, es una prueba de confianza. El hecho de que Jesús insista en que le deje ver mi reloj, porque quiere regalar uno igual –para comprobar si llevo micrófonos evidentemente–, demuestra que estos profesionales de la investigación están de vuelta de todo. Saben, además, que, dependiendo de las circunstancias, un periodista no es una figura de fiar (máxime en este tipo de conversaciones donde se recurre a casos privados). Es el mejor reflejo de que comparten la esencia y la materia más gris –la misma pasta– de todos los detectives.

    Hay momentos en los que parece que estamos charlando con el mismísimo Germán Areta, el detective inventado por José Luis Garci para su película El crack, que interpretó un Alfredo Landa espléndido. Y, paradójicamente, tanto Jesús como su mano derecha me hablan de ese largometraje, asegurándome que “refleja muy bien el abecé del detective nacional”. El filme muestra lo imprevisible que puede llegar a ser el seguimiento de un caso. El carismático Areta comienza a investigar la desaparición de una mujer en Madrid y termina viajando a Nueva York envuelto en un caso mucho más grande de lo que él esperaba y que acabaría por afectar a su propia vida.

    A diferencia de comienzos de los ochenta, cuando el detective de Garci contaba con la inestimable ayuda de un ratero para los trabajos sucios, la situación ha cambiado mucho. La legislación española es muy escrupulosa en cuanto a la investigación privada. Para ser detective es necesaria una diplomatura específica reconocida por el Ministerio del Interior; entonces, el profesional adquiere su tarjeta de identidad personal (TIP) sin la cual no puede prestar sus servicios. “A partir de aquí, el investigador está obligado a llevar al día su propio libro de registro de la carrera profesional y, además, cada despacho ha de entregar anualmente al Ministerio del Interior una memoria de los casos intervenidos y su facturación. En este punto, los vigilantes somos muy vigilados”, cuenta Jesús.

    En cuanto a los casos, “la legitimidad de la investigación la fija el cliente”, sostiene el detective. “Podemos investigar a aquellos relacionados directamente con el solicitante, si afectan a sus bienes y su propia integridad”. Además, siempre con tono de complicidad, compara su trabajo con el periodístico y reprocha la patente de corso: en caso de ser descubierto el periodista en plena investigación no pasa nada. “Si un detective es pillado, se acaba el caso. Pueden llegar a condenarnos por coacción”.
    Entre anécdotas y declaraciones off the record, Jesús confiesa que los casos más comunes ya no son temas de cuernos. “Ahora hay mucho espionaje industrial, estafas a seguros y, sorprendentemente, han aumentado mucho las vigilancias a los hijos”. Por otro lado, remarca el hecho de que cada despacho suele tener su propia casuística.

    Reuma y menos vista

    La idea romántica del despacho anunciado en periódicos de forma discreta sigue prevaleciendo en cierto modo, sólo que hoy es Internet el principal medio de anuncio. “Cuando llevas 34 años en esto, tienes reuma, menos vista y un nombre. El de boca en boca es importante en nuestra profesión”, declara el jefe en tono reflexivo, como si le costara asumir que ha estado lidiando durante tres décadas con los asuntos más oscuros de Madrid y alrededores.

    ¿De dónde sacamos nuestros instrumentos para investigar?”, exclama Jesús entre carcajadas ante mi pregunta. “De donde vosotros los periodistas”–de nuevo el símil–. “Puede que nosotros conozcamos alguna tienda por aquí, algún distribuidor por el Reino Unido... Pero no hay más que encender un ordenador y buscar por Internet”.

    El tema de la seguridad les preocupa especialmente. Ya no hablo de las amenazas que reciben, que parecen ser el pan nuestro de cada día. “La primera vez que te dicen que te van a cortar en 78 trozos impresiona. Piensas que eso debe de ser malo para la salud, pero al final te acostumbras”. Lo que les preocupa es la falta de protección ante situaciones críticas. No es cuestión de llevar arma o no –el hecho de ser detective no les hace portadores de arma reglamentaria–. “Me preocupan más las pistolas que no están registradas, las que se pueden comprar en el Rastro, sin ir más lejos”, puntualiza Jesús. Reclaman más reconocimiento a su peligrosa labor con la concesión de matrículas ocultas, por ejemplo. Como muestra reseñable me cuentan el caso de Luis Hernández Bustamante, primer detective asesinado en España. Apareció muerto en un descampado en 2006, maniatado y con signos de haber recibido tortura.
    Pronto uno se da cuenta de que efectivamente es una profesión de película y, como tal, está llena de mitos. No están todo el día envueltos en frenéticas persecuciones y esquivando disparos. “Una vigilancia suele ser muy aburrida”, comenta el colaborador de Jesús. Aunque la declaración va acompañada de un silencio y una mirada que me hacen intuir los episodios insólitos que ha vivido este individuo. “Otro mito es nuestra relación con la Policía”, interrumpe Rodrigo. “No intercedemos en su trabajo ni ellos el nuestro. Nunca he tenido ningún problema”. Para finalizar puntualiza que no es un empleo exclusivo para hombres. “Las mujeres muchas veces son mejores detectives. Cantan menos dos mujeres en un coche que dos hombres”.

    Haciendo balance de su vida profesional, Jesús concluye con tono melancólico: “Después de tantos años he aprendido a amar mi profesión. Me gusta la calle porque me gusta la gente. No tengo jefe ni horarios. Y ahora me voy por ahí a tomar una caña a ver qué veo”.

    Tras el tiempo compartido con tan singulares personajes sorprende la habilidad con la que, entre chistes y bromas, pueden llegar a conocerte. Me percato de que saben más de mi vida privada que yo de la de ellos. Cuál es mi barrio, si tengo o no tengo novia y hasta dónde nació mi abuelo. Sin lugar a dudas, me han ganado. Cuando uno vive de los detalles, cuando se interioriza la acción de observar y analizar toda la información que le rodea y lo hace un proceso natural, ya no puede hacer otra cosa. Después de escuchar a Jesús es inevitable evocar las palabras de Alfredo Landa interpretando al detective Areta: “Mi trabajo es como otro cualquiera. Duermo poco, ando mucho y no me gusta lo que veo”
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